miércoles, 3 de agosto de 2016

Borrador del primer capítulo reeditado de mi historia "El Diario Negro"

Las razones por las cuales he decidido borrar la historia serán una entrada aparte, dejo aquí el primer borrador del capítulo 1, totalmente nuevo. Espero haber mantenido la esencia de la historia.


*NOMBRE DEL CAPÍTULO AÚN PENDIENTE*

La fría mañana de noviembre se despertaba acompañada de los primeros trinos de los pájaros que, posados en las ramas esqueléticas y desnudas de los álamos del jardín trasero, aportaban algo de vida. El pálido sol invernal lanzaba sus débiles rayos contra la tierra, aportando luz aunque no calor. Tumbada en su cama, la joven revisó aquella nota por última vez, sabía que no serviría de nada, la decisión estaba tomada y no se sentía capaz de escribir con mayor claridad lo que en ella había intentado reflejar. De todos modos, lo que su madre sintiese tras lo que estaba a punto de hacer, la iba a importar bien poco.

Cansada de no haber dormido la noche anterior, miró por la ventana que se abría a un vecindario de casas iguales, todas cortadas por el mismo patrón, luminosas, amplias, un pequeño jardín delantero y uno más grande con un par de árboles en la parte de atrás, las jardineras que unos meses ates habían estado llenas de color ahora estaban vacías, y la tierra congelada presentaba un aspecto grisáceo y desolado. Con desgana fijó la vista en unas niñas que vestidas como si fuesen a acompañar a John Franklin al Polo Norte se encaminaban con las mochilas a cuestas hacia la escuela, ella no pensaba ir hoy.

Procurando no pensar en su amiga y en la puñalada trapera que estaba a punto de darla se vistió mecánicamente, solo por rutina. Como cada mañana cambió su camisón por la ropa de calle, esta vez algo cómodo, un vestido largo de lana y unas medias gruesas, a rallas negras y blancas, estaba a punto de pasar de largo sin calzarse pero se lo pensó dos veces, el dicho de “murió con las botas puestas” la había hecho gracia desde niña por su significado literal y con un amago de sonrisa en su cara agarrotada decidió hacerle un homenaje llevándolo a la práctica.

Sus dedos acariciaron con mimo el cuero negro de sus Doc Marteen y sintió con total claridad su suave tacto en las yemas de los dedos, ahora que estaba al borde del abismo, a punto de lanzarse, era más consciente que nunca de lo que estaba a punto de hacer, todo su cuerpo se había hipersensibilizado, quizás en un último esfuerzo de la parte racional de su cerebro de hacerla desistir.

Sabiendo que su madre no volvería hasta las ocho de la tarde del trabajo fue sin miedo hasta el cuarto de baño de la planta de abajo, el que tenía una enorme bañera blanca con grifos cromados, último diseño, ideal para ella. Abrió el grifo del agua caliente y la dejó correr hasta que el vapor empañó la superficie del espejo colocado en medio del lavabo, puso el tapón de goma y dejó que se fuera llenando lentamente, mirando sin ver el chorro de agua que salía del grifo y que poco a poco iba elevando el nivel del agua. Dejó la nota de despedida en la balda donde guardaban las toallas para que fuese visible y no se mojase, y arrodillándose sacó de detrás del pie del lavabo un bulto formado por una toalla.

Había descubierto ese hueco hacía bastante tiempo, apenas una rendija entre el azulejo y la tubería de desagüe, pero siempre la había sido útil para esconder cosas pequeñas, no mayores que su mano, esta vez, el arma del crimen. Desenrollando con cuidado la toalla para no hacerse un corte involuntario en los dedos, dejó al descubierto cuatro pequeñas cuchillas plateadas de la marca Bic para uso industrial, sus favoritas. La gruesa toalla en la que las había envuelto había evitado que la humedad de la tubería las llenase de óxido y estropease el agudo filo.

Dejándolas sobre la encimera conectó su iPod al altavoz que había en la balda de abajo, un capricho de su madre, incapaz de bañarse sin música puesta. No sabía muy bien que canción quería escuchar, realmente no había pensado en ponerse música, pero siempre la había ayudado, se dijo a si misma que ahora no sería una excepción, además, no estaba segura de poder guardar la compostura, la música ahogaría cualquier posible sonido incriminatorio. Incapaz de decidirse finalmente optó por dar a la opción de “aleatorio” y permitir que fuese el aparato el que eligiese qué canción sonaría. Los acordes fluyeron por el aire y poco a poco, como siempre la pasaba cuando escuchaba aquellas lentas canciones, se fue relajando.

Evaluó el nivel del agua, ya era suficiente para lo que quería, dudó entre subirse las mangas de lana o cortarlas, si las subía, podían presionar las venas, actuar como esas gomas verdes que se emplean en los hospitales antes de extraer sangre a alguien y que sirven para concentrar la sangre, eso no era bueno, podría darles una oportunidad de frustrar su plan. Mientras lo pensaba aplicó desde la parte interna del brazo hasta la muñeca la crema anestésica, sacada del botiquín personal de su madre. La crema la ayudaría, mientras esperaba la media hora indicada en el prospecto fue cortando con cuidado las mangas del vestido, justo por encima del codo. Apretó su dedo índice sobre la piel de su brazo y sonrió satisfecha al notar que la tenía totalmente dormida, sabía que si llegaba a donde tenía que llegar la iba a doler igual y desconocía si debajo del agua tendría los mismos efectos, pero al menos la daba valor.

Despacio pasó una pierna por encima del borde de la bañera, el agua empapó su bota y la media de debajo aunque al estar caliente no la importó demasiado. Pasó la otra y con la extraña sensación de estar viéndolo todo a cámara lenta se terminó de sentar en la bañera, abrió el grifo de nuevo y vio como el agua desbordaba al ser incapaz el desagüe de emergencia de contenerla toda ella. Inspiró hondo y procurando no pensar en aquellas personas a las que iba a defraudar dejó que la cuchilla que tenía firmemente agarrada en la mano derecha abriera un largo corte en su brazo, desde la muñeca hasta casi la parte interna del codo.

Como había supuesto el anestésico no bastó, era demasiado suave, demasiado superficial. El brazo la palpitaba mientras la sangre salía a borbotones y teñía el agua de la bañera de escarlata. El dolor era insoportable, ni siquiera el agua caliente lo mitigaba, notaba como la temblaba la mano sin control y supo con total certeza que no podría hacerlo de nuevo. Soltó bruscamente el aire que había retenido todo este tiempo en los pulmones y dejó caer al agua la cuchilla, no pensaba volver a usarla. El día anterior, en previsión a que esto pasara, había robado la caja de Zolpidem a su madre, dispuesta a tomarse las pastillas, de todos modos, pensaba hacerlo como último recurso, pues era imposible que se ahogase en la bañera y podían ralentizar la sangre, frenarlo todo el tiempo suficiente como para que alguien la salvara.

Temblando salvajemente se forzó a coger otra cuchilla que dejó momentáneamente sobre el borde de la bañera, se metió la toalla que las había envuelto en la boca y mordiéndola hasta que la dolieron las mandíbulas tomó de nuevo el afilado instrumento y lo deslizó por su pierna, desde el borde de la bota hasta la rodilla. Sin valor para mirar, cerró los ojos mientras otra fuente de sangre volvía a colorear el agua. Antes de volver a echarse atrás, en un acto desesperado, rezando para conseguirlo, lo hizo de nuevo en su muslo.

La debilidad, el agua, el dolor, el miedo y el hecho de tener los ojos cerrados la jugaron una mala pasada. La cuchilla resbaló y el resultado fue un corte mucho más profundo del que se podría haber hecho ella por su cuenta de forma consciente, del enorme tajo brotó la sangre y una oleada de debilidad la golpeó bruscamente, haciendo que cayese bruscamente hacia atrás. El borde de la bañera la golpeó en las paletillas y la sacó el aire de  los pulmones. A través de la bruma que se había instalado en sus ojos vio como todos los azulejos blancos del baño eran ahora de un color rosado por el agua ensangrentada que había desbordado de la bañera y les había empapado, el grifo seguía abierto y el agua pronto corrió libremente por el pasillo, filtrándose en el suelo, inundándolo todo, dispersando la sangre como si quisieran alejarla de ella, no dejar que retornase a su cuerpo.

El brazo sano reunió fuerzas suficientes como para dar un manotazo al grifo, sabía que no iba a durar mucho, lo había hecho bien, a pesar del miedo y de las dudas, y el sonido del agua la molestaba en los oídos pues se combinaba con el pitido continuo que escuchaba y el zumbido de su cabeza. Pronto todo acabaría, no había marcha atrás, ya no. Ese pensamiento la hizo sonreír por última vez, fijando en su cara esa última sonrisa tranquila, llena de paz aunque no por ello de felicidad. Ya no era capaz de oír la música, el zumbido de su cabeza lo llenaba todo, el dolor parecía haberse mitigado y notaba los párpados tan pesados como el plomo, ni siquiera fue consciente de que la niebla se volvía más espesa porque miraba a través de sus pestañas por culpa de sus ojos que se habían ido cerrando lentamente.


Lo había hecho, lo había conseguido, ese pensamiento rondaba de forma confusa por su cabeza acentuando su sonrisa, al fin había hecho algo bien, nadie podría quitarla ese último caramelo amargo. La muerte se la llevó por fin a los quince minutos de haber empezado, dejando atrás una escena desolada, la escena de la rendición final de una joven de diecisiete años incapaz de seguir adelante y ver más allá.